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La voz pasiva

Monday, August 21, 2006


Para pretender ser experimental.


Cruza el umbral y de pronto se haya rodeada de blanco.
La luz eléctrica es tan potente que sus ojos se encandilan.
Le toma cinco segundos recuperar la vista.
Y entonces le ve.

Su cuerpo desnudo está tendido sobre la cama deshecha.
De sus labios entreabiertos escapan suaves - y no tan suaves - gemidos.
Su mano derecha rodea su pene amoratado.
Sube y baja. Sube y baja. Sube y baja.

Camina diez pasos y se halla frente a la cama.
Le mira a los ojos. Le mira el pecho sin vellos. Le mira el pene, erecto en su plenitud.
Se sienta en la orilla.
Se saca los pantalones y pierde la mirada en un cuadro inexistente.

Él sube y baja su mano. Sube y baja.
Siente el semen desesperado por escapar.
Sube y baja. Respira entrecortado.
Sube y baja. Que sea todo más rápido.
Sube y baja. Que su mano se mueva a la velocidad de la luz infinitas veces.
Y ella no es más que una pieza en el cuadro inexistente.

Piloto automático. No está realmente interesada.
Sus piernas se abren de par en par.
Mueca de asco. Ha olido el aroma de su propio sexo.
Piloto automático. Su mano izquierda se desliza hasta su vagina seca.
Fija su dedo índice al clítoris y hace círculos sobre él.

Ahhhhhhhhhhhhh
Ohhhhhhhhhhhhh
Mmmmmmmmm
Mmmmm...
Ahhhhhhhhhhhhh
Ahh..
Mmmmm...

Se ha mojado por obligación.
Él gime más fuerte que nunca.
Ella gime en piloto automático.
Él la llama. - Ven y hagamos el amor -

Ella se recuesta a su lado.
Él le abre la blusa y mira sus senos desnudos.
Se tocan el uno al otro.

Ella separa las piernas.
Él se levanta frente a ella. Tiene la verga tiesa.
Ella mira la potente luz que nace en el techo.
Él la penetra con violencia.

Ella gime de dolor/placer/deber.
Él la lame por doquier.

Adentro, afuera, adentro, afuera.
Está siendo penetrada múltiples veces.
Piloto automático. Le muerde la oreja.

- ¡Que mojada estás! ¡Ábrete más! -
Adentro, afuera; adentro, afuera.
Adentro, afuera y grita de dolor/placer/deber.

La leche tibia riega el cuello uterino.
El sudor ha pegado los cuerpos.
Piloto automático. Sonríe junto a él.

La leche tibia escurre por sus pálidas piernas.
Se cierra el boliche.
Piloto automático. Se abrazan.
Y todo se vuelve negro.

posted by Margarita Starr.
8:24 PM

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¿A dónde vamos?

Thursday, June 29, 2006


La zarandea fuerte, pero no responde. Está blanquísima, rígida, fría como el mármol. La “Bi” se lleva las manos a la boca y comienza a morder sus uñas. Tiene miedo, más miedo que la cresta. No atina a hacer nada, sólo a remecerla con fuerza, intentando en vano sacarla del universo extraño al que fue a parar.

“Hueóna, hueóna, abre los ojos”, le dice temblando, aterrada por la idea de que la Poly se muera, incapaz de saber qué hacer. Está tan volada que le cuesta pensar. Para desgracia suya, esta vez la droga le jugó chueco y está pegada mirando cómo a la Poly se le escapa la vida con cada respiración forzada que logra dar.

Vuelve a moverla y con horror nota que le sale sangre de la nariz. La “Bi” aleja sus manos espantada, asqueada por la escena y rompe en llanto. No quiere que le pase nada malo y le aprieta fuerte la mano, maldiciendo la hora en que su amiga comenzó a meterse pastillas cuáticas en el cuerpo. ¿Para qué? Lo más bien que antes disfrutaban con pura yerba.

Todo cambió cuando a la Poly le dio con “experimentar”, con eso de vivir sensaciones distintas, aunque fuera peligroso, porque por más farrera que fuera, por más osada que quisiera ser, la Poly estaba bien cagada de salud. Le fallaba el corazón desde los 15 años. Había estado hospitalizada varias veces y tomaba unos remedios bien brígidos, pero igual no más que fumaba, tomaba y se drogaba como mala de la cabeza.

Pero nunca antes se había ido a la chucha como hoy, o sea, a lo más desmayos y taquicardia, la típica de sus salidas de fin de semana, pero ahora era distinto. Llevaba más de 15 minutos sin abrir los ojos, helada, inconsciente.

Y lo peor de todo era que la “Bi” no podía quitarle los ojos de encima, estaba pegada en ese cuatro surrealista de muerte y agonía que se le presentaba con ella y su mejor amiga como protagonistas.

“Oye, oye”. Levantó la vista y vio a un grupo de jóvenes junto a ellas.. Dos minas y tres tipos, miraban aterradísimos la imagen.

- ¡¿Qué pasó?!
- Mi amiga... se desmayó... no abre los ojos
- ¿Hace cuánto rato está así?
- Harto... mucho...

La rubia bajita y regordeta del quinteto, se acerca al cuerpo de la Poly y le toma el pulso. Con cara de preocupación, mira a la “BI” y le pregunta qué fue lo que tomó, pero ella no responde.. Sus labios se quedan pegados y por más que intenta gritarles que la Poly se mandó unas pepas no puede. La pseudo doctora le dice al más alto que es bien grave el asunto y que hay que llevarla a la posta.. Con una chaqueta le limpian la sangre que le mancha la cara y entonces algo pasa.

“Puta la hueá”, dice la gorda y comienza a hundir sus puños en el pecho de la Poly. “Uno... dos... tres” y luego acerca su boca a la de ella. “Uno... dos... tres” y la “Bi” mira atónita, no comprende nada. Los tipos empiezan a llamar por teléfono y ella piensa que la Poly se morirá de asco cuando sepa que una gorda con pinta de cuma le dio besos en plena calle. La escena le parece tan graciosa que comienza a reír fuerte y con ganas.

- ¿Y qué le pasa a esta hueona? ¿Qué no cacha que le dio un paro?
- Hueón, está hecha mierda. Mírale la cara no más...
- Pal’ pico estas hueonas... ahí viene la ambulancia.

A la “Bi” le molestan las luces del cacharro que aparcó junto a ellas. Le parece demasiado chillón el color rojo que escapa de la baliza y que se mueve en todas direcciones. Del vehículo se bajan tres hombres de blanco y la gorda rucia hace de vocera y cuenta la historia. La “Bi” entiende muy poco de lo que dice, así que desvía su atención al cuerpo de Poly. Le siguen apretando el pecho y ahora un tipo le pone una mascarilla.

¿Qué onda? ¿Qué está pasando? La “Bi” está demasiado confundida y trata de tomarle la mano a la Poly, pero no la dejan. Uno de los hombres de blanco se le acerca y le pone una pequeña linterna en sus ojos. La “Bi” se enoja y le da un manotazo al tipo por el atrevimiento. Pero el hombre, acostumbrado a tratar con mocosas locas no se da por vencido y le chanta nuevamente la luz en sus dilatadas pupilas

- ¿Puedes hablar?
- Sí...
- ¿Te acuerdas qué tomaron?
- Sí...
- ¡¿Qué cosa?!
- ...

Llegan los hombres de verde y a la Poly la meten a la ambulancia. La “Bi” , más confundida y asustada que nunca, recuerda que en sus manos tiene la cartera de su amiga y ahí dentro hay una tarjeta médica donde dice que en caso de emergencia no le pueden administrar ciertos remedios.

A duras penas se levanta. Camina tambaleándose, con los oídos zumbándole y el corazón latiéndole a mil por horas. Se detiene frente al médico, le pasa la cartera. y haciendo un gran esfuerzo logra decirle: “hay remedios que ella no puede tomar”.

Y curiosamente, todo se vuelve blanco. Todos desaparecen y la Bi ve que la Poly está de pie junto a ella, sonriendo, con los ojos más brillantes que nunca. A su alrededor no hay nada. Ni luces, ni edificios, ni enfermeros, ni gordas teñidas . No hay nada.

- Poly, hueón, ¿dónde estamos? ¿qué cresta pasó?
- Nos vamos po’.
- ¿ A dónde?
- En verdad, no sé, pero nos vamos. Igual ya me apestó esta hueá.
- Demás. A mí también, galla. En verdad, no es muy cool.
- Sí, po’, “Bi”. Ya, vamos, vamos...


posted by Margarita Starr.
10:20 PM

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Historia de mala suerte

Saturday, June 17, 2006


basado en una historia [ir] real...

Tras vivir varios años prisionera del miedo, la angustia y la desesperanza, Beatriz se levantó una mañana decidida a cambiar. Se bañó de confianza, se vistió con valentía y se perfumó de esperanza. Hoy sería el primer capítulo de su nueva vida.
Desayunó mirando el sol que flotaba sobre el mar y respiró una y otra vez el aroma del puerto. Estaba segura de que hoy era el día en el que conseguiría ser feliz.

Bajó de su décimo piso, saludó al conserje con un animoso “buenos días”, ayudó a cruzar a un ciego y permaneció una hora y media en la fila del banco sin maldecir. Estaba feliz y en calma. Sentía que por fin se estaba dando la oportunidad que por tanto tiempo se había negado. Hoy era su gran día. El primero de muchos, estaba segura.

El sol de media tarde brillaba en todo su esplendor y Beatriz sentada en un banco de la plaza pensó que no había cosa más agradable en el mundo que descansar bajo los tibios rayos del astro rey. Ya no le cabía la menor duda, éste era un gran día, el primero de verdadera felicidad. Tenía todo para ser feliz, pues había descubierto en ella un increíble tesoro.

En la esquina del frente, un hombre vendía algodón de azúcar y Beatriz pensó todas las veces que se negó a comer uno de ésos por temor a la obesidad, a la diabetes y las caries asesinas. Dispuesta a romper cada una de sus antiguas barreras, comenzó a caminar hasta los algodones, decidida y obstinada, como un niño.

Que delicioso sabría esa suave masa rosada en su boca, que agradable sería tragarse todo ese azúcar, dejarse atosigar por el dulce y disfrutar luego el sol otoñal. Beatriz sonreía mientras pensaba en lo bien que estaba resultando todo en este día. ¿Por qué se lo negó tanto tiempo?. Estaba tan feliz que el mundo le parecía hermoso, las calles brillaban y la gente se había pintado de otros colores. Todo estaba perfecto. Se sentía la mujer más feliz del mundo.

Cruzaba la calle sonriente, pensando en el sabor del algodón que se comería bajo ese cariñoso sol de otoño cuando entonces notó que un grito aterrador se escapaba de su boca y antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, un intenso color rojo se presentó ante sus ojos. Rojo, rojo, rojo, muy rojo ...

El impacto brutal de la micro la lanzó lejos y el cuerpo reventado de Beatriz botado a mitad de calle se volvió un espectáculo horroroso y macabro para los transeúntes porteños.

“Iba pajareando”, dijo el algodonero a los carabineros que llegaron al lugar, sin saber que fueron sus tentadores manjares rosados los que la mataron el mismo día en que se decidió por fin a ser feliz.

posted by Margarita Starr.
8:37 AM

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Apocalipsis onírico

Thursday, June 15, 2006


Era un atardecer extraño, con colores y sonidos apocalípticos. El sol anaranjado escondiéndose tras un velo de nubes grises era una visión horrorosa y desconcertante. Debí saber que algo andaba mal ese día, que era cosa de prestar atención para percibir el mal que reinaba en el aire.

En cuestión de segundos, el sol se volvió una criatura satánica y comenzó a perseguir la micro en la que yo viajaba. Se movía rápido, enajenado, motivado por la pasión demoníaca.
Mis ojos no podían creer lo que veían, y aterrados parpadearon decenas de veces pensando en que así la visión espeluznante desaparecería, mas no fue así. El anaranjado sol diabólico continuó persiguiéndonos, sin que nadie más que yo pudiera darse cuenta de ello.

Y tan rápido como empezó, también acabó. De un momento a otro, el sol había regresado a su lugar. Suspiré aliviada y decidí no volver a mirar por la ventana, pero entonces los postes de luz se convirtieron en gigantes mujeres lánguidas que se movían de un lado a otro, emitiendo desde sus entrañas un doloroso lamento.

El sonido era escalofriante, puro dolor y agonía. Asustada me tapé los oídos y miré a mi alrededor buscando ayuda, pero nada. La gente seguía metida en sus propios asuntos, mirándose, escuchándose, como si en el planeta no hubiera más gente que ellos mismos...

“Malditos egoístas”, pensé y me volví hacia la ventana. Las mujeres lánguidas habían desaparecido. Para ese entonces el corazón me latía desesperado, al borde del colapso. Sentía que las manos me transpiraban frío, que las sienes me estallarían de un minuto a otro y pude percibir el aroma de la muerte.

Quise cerrar los ojos, abrir la boca y gritar de espanto, pero no pude. El cuerpo no me respondía y estaba condenada a seguir mirando por esa maldita ventana. Vi a guaguas decapitadas cayendo del cielo, enormes serpientes rojas deslizándose en los edificios y cabezas humanas empaladas en los postes de luz. Vi gente siendo devorada por abominables criaturas aladas que bajaban desde las nubes para sembrar la muerte. Vi, tantas cosas vi. Y habría seguido viendo de no ser, porque el reloj marcó las 8AM y sonó.

posted by Margarita Starr.
5:47 PM

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Final.

Sunday, June 11, 2006


Nunca pensó que se lo dirían a ella, que alguna vez tendría que escuchar esa sucias palabras escapándose de la boca de quién tanto amaba. No, jamás siquiera lo imaginó. Pero ahora estaba ahí, sentada frente a Esteban, escuchándolo decir una y otra vez “no eres tú, soy yo”. Oyendo como pronunciaba esa maldita sentencia final que no dice nada, que miente, que engaña, que daña, que mata.

Beatriz oía silenciosa, presa de la angustia, víctima de tanto amor. Sabía que la estaban pateando, que Esteban le ponía punto final a su relación, pero no comprendía el porqué.
Tan sólo hace un par de días se habían propuesto seguir adelante, luchar por estar juntos, por ese cariño que los unía.

- Yo te quiero mucho,. Mucho, Beatriz. No quiero que sufras por mi culpa, por eso prefiero estar solo hasta saber qué me pasa, porque de verdad que no estoy feliz ahora y tú notas que actúo raro contigo. Pero es porque yo estoy mal...

Desde sus enormes ojos color miel se escapaban miles de lágrimas. Se veía más niña que nunca. Frágil ,inocente y asustada. Esteban sintió pena, sabía que no estaba siendo del todo sincero con ella y le dolía tener que romperle el corazón, pero no veía más escapatoria.

Quería decirle que lo ahogan sus besos, sus caricias apasionadas. Que lo asfixiaban sus incansables “te amo” y lo aburrían esos largos e-mail’s en los que le hablaba de un sentimiento sublime, maravilloso y divino del que él no tenía idea. Beatriz era difícil, una persona complicada. Inteligente sí, muy inteligente, pero rara. Quería ser artista de las palabras y él sólo un buen ingeniero comercial. ¡Jamás habían caminado juntos y tampoco lo harían! ¿Para que dilatar algo en lo que no eran felices?

Beatriz jugaba con un pañuelo desechable, sólo para no tener que levantar la mirada No, no quería verlo, porque cuando se encontrara con sus ojos el desastre sería inevitable. Al mirarlo se le derrumbaría el mundo y comenzaría vivir la verdadera pesadilla.

Él no la amaba, no sentía pasión alguna por ella. Cariño le tenía, harto, pero no suficiente. Después de todo, Beatriz había sido una buena novia. Tierna, preocupada, cariñosa y fiel, pero algo le faltaba o algo le sobraba. Esteban se sentía irritado por todo ese amor incondicional que ella le daba, no lo entendía, no lo quería, no podía comprender cómo alguien se entregaba de ese modo sin esperar nada a cambio.

Pero pese a querer correr, alejarse raudo y veloz de su lado, Esteban no podía dejar de mirarla, de conmoverse con su carita empapada por las lágrimas que él mismo había provocado. Le tomaba la mano, le acariciaba el pelo y trataba de preguntarse en qué iba a terminar todo esto.

Por algunos momentos pensó en dar pie atrás, arrepentirse de su pendejería y decirle que olvidara lo que dijo y que siguieran luchando. Pero luego, esa ternura se convirtió en rabia y pensó en que Beatriz quería manipularlo a punta de llantos y pataletas silenciosas. Le soltó la mano bruscamente, encendió un cigarro y miró por la ventana
Con horror descubrió que no estaban solos, que en aquella cafetería habían conocidos que miraban con cara de espanto la escena. “Ya po’, deja de llorar, gordita”, le dijo incómodo.

- Oye, ya, pues, Beatriz. ¡No llores más! Cálmate, si no es pa’ tanto. O sea, sólo te pido que me des un tiempo para aclararme, para pensar en lo que me está pasando.

Las palabras de Esteban retumbaron fuerte en los oídos de Beatriz y de súbito las lágrimas se detuvieron. Algo la despertó de su trance doloroso y lentamente levantó sus ojos para enfrentarlo. Lo miró con despreció y sonrió con amargura. “Los tiempos” no son más que maneras sutiles de mandarse al carajo, formas poco honestas para extender más la agonía del que ama, y eso ambos lo sabían.

A su cabeza vinieron las imágenes de su historia juntos. El momento en el que se conocieron, el primer beso, la primera vez que hicieron el amor, la torta que le hizo para su cumpleaños, los huevos de pascua, el temporal que los pilló en plena calle, las cenas a la luz de las velas, los viernes de película, el día en que le dijo que la adoraba, el día en que comenzaron las peleas, los insultos, los desprecios, las borracheras, las ganas de mandarlo todo a la mierda...

¿Era amor lo que sentía? ¿Cómo podía saberlo? Este era el momento para darse cuenta, para saber si acaso estaba enamorada o si él sólo era una obsesión. Siguió mirándolo, como si en sus ojos pudiera encontrar la respuesta que buscaba, mas solo vio a un tipo incómodo que fingía compasión. Sólo encontró a un hombre que ocultaba algo bajo esa sonrisa de ternura.

Sin saber por qué, se puso de pie, dejó caer el pañuelo con el que jugaba, lo miró y le dijo: “No, no nos tomemos un tiempo. Dejémoslo hasta acá y no miremos atrás”. Y al pronunciar esa sentencia se dio media vuelta y se marcho, dejando a Esteban solo, confundido y con una cuenta que pagar.

Beatriz comenzó a caminar a paso rápido, llorando desconsolada, con el pecho oprimido por la angustia y la desesperación. Caminaba tratando de comprender, queriendo saber si estaba o no enamorada , intentando seguir en pie y no caer desfallecida.

Le dolía, pero no sabía qué. ¿Era el hecho de no verlo más, de no hacer una vida juntos? ¿Era la certeza de que otra vez la habían engañado? ¿o el temor a la soledad? ¿Le dolía el amor que ya no tendría dueño? ¿qué dolía?.

Y tras mucho dar vueltas, tras mucho vagar sin rumbo por entre la gente, sólo supo que jamás entendería lo sucedido y que éste no era más que el comienzo de una vida miserable. Porque con sus palabras le hizo añicos el corazón, le quebró las esperanzas y se llevó todos los sueños que alguna vez tuvo.

Sabía que éste no era más que el primer día de dolor y que le esperaban años de amarguras, de sangramientos innecesarios y miseria. Desde hoy ya no sería misma, se lo confirmaba su corazón queriendo dejar de latir, sus ojos en llamas y esa maldita certeza de que el amor jamás volvería a su vida.

(continuará)

posted by Margarita Starr.
12:00 PM

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Para no verlo más.

Saturday, June 10, 2006


Fumaba y fumaba, presa de los nervios y el temor. ¿Qué iba a suceder? ¿A dónde la habían llevado sus malos pasos?. Detrás de la puerta se escuchaba la voz áspera del decano Reyes. Sonaba enojado y pese a que la gruesa madera no le permitía oír con claridad, Beatriz sabía que su discurso era aterrador.

¿Y él? ¿Qué estaría pensando él? De seguro estaría mirando por la ventana, mordiéndose los labios para no decir nada, apretándose los puños, conteniéndose las ganas de putear al decano y decirle unas cuantas verdades mientras le golpeaba su regordete y arrugado rostro. Sí, de seguro así estaría él. Tan confundido y asustado como ella.

Beatriz suspiró. Le dolía ver cómo se habían arruinado las cosas, cómo fue que dejó que todo se fuera al carajo. Era cierto que se había ilusionado más de la cuenta y que él nunca le dio a entender que esto iba en serio. Primero fueron sutiles coqueteos en el aula, discretas insinuaciones que se les escapaban en los debates académicos, simples miradas que les ponían la piel de gallina. Nada serio, tan solo un juego de amor.

De seguro él nunca sospechó que para ella era mucho más que eso. Esa fría tarde de junio, cuando la vio llegar hasta su oficina empapada hasta los huesos, jamás pensó que ella le daría a conocer una pasión antes desconocida. Nunca pensó si quiera que pese a resistirse, Beatriz terminaría doblegándolo a punto de caricias y palabras ardientes.

Él no pudo contra la irresistible oferta de Beatriz, esa mujer con aspecto de virgen y alma de prostituta. Esa criatura de mirada inocente, pero lengua pecaminosa que le esperaba a la salida de la facultad para acorralarlo con propuestas indecentes que le invitaban a perderse en calentonas aventuras de amantes prohibidos.

Simplemente no pudo decirle que no y fue así como se embarcó en una bizarra historia en la que arriesgó todo su mundo sólo para probar el sabor del pecado desde los labios de esa escandalosa y atrevida estudiante que le abría las piernas de par en par cuando él menos lo esperaba.

Pero lo suyo no era más que sexo. Nunca hablaban, nunca se dijeron nada. Beatriz se aparecía en su oficina o en el estacionamiento, le sonreía coqueta y su verga de inmediato se levantaba, ansiosa por penetrar a esa indecente chiquilla que tenía toda la disposición para revolcarse con él cómo fuera y dónde fuera.

Así lo veía él y así pensó que lo mantendría bajo control. Creía que Beatriz también jugaba, que él era otras de sus aventurillas y que la chica sólo quería pasarlo bien. La típica historia alumna- profesor. Lo suyo duraría hasta que se aburrieran de las cochinadas, hasta que ya no hubiera más posiciones que probar.

Pero todo cambió de súbito la tarde en que su mujer le dijo que estaba embarazada. Era cierto que al comienzo la odió, ya que ese hijo la uniría inevitablemente a ella en momentos en los que estaban al borde del colapso matrimonial, pero la noticia terminó por despertarle una inusitada ternura que lo trajo de regreso a los brazos de su esposa.
El sentir fue tan fuerte que decidió ponerle fin a su aventurilla. Buscó a Beatriz, le contó y le pidió que dejaran de verse como amantes.

Ella creyó entenderlo, tomó sus manos y le deseó suerte. Sin embargo, su cuerpo no lo asumió y Beatriz siguió buscándolo en su oficina. Al comienzo él la recibió encantado, la penetraba y cuando acababan sonreía diciéndole: “pendeja porfiada” . Pero a medida que creía la barriga de su mujer, también se acrecentaban las fuerzas para dejar a su amante y sentar cabeza con la madre su futuro hijo.

El crujir de las tablas de la vieja oficina, desconcentró a Beatriz de sus cavilaciones. Eran los pasos del decano hacia la puerta. El corazón comenzó a latirle como desesperado y de la nada lágrimas comenzaron a inundarle los ojos. Había llegado el momento del cara a cara, la hora de enfrentar la verdad.

Seguramente la culpa sería de él, por ser viejo, maduro y tener experiencia. Ella sólo sería la víctima, la jovencita engatusada por el pervertido profesor. Pero aun así el miedo la invadió y sintió deseos de salir corriendo, cuando la vieja puerta se abrió y el decano le ordenó que pasará.

Había llegado el momento de asumir las consecuencias de su pasión, de hacerse responsable y decir la verdad. Tenía que actuar como mujer madura y no como una pendeja loca. "Sí, sólo di la verdad”, se dijo, mientras limpiaba sus lágrimas y se sentaba bien erguida frente a él y el decano.

Señorita Herrera, - dijo el canoso docente - vamos a obviar el estúpido rodeo, porque creo que no tendría sentido alguno. La profesora Dietlinde Herbach dijo que la vio besándose con el profesor Julián Prada, en su oficina, la tarde del pasado viernes. ¿Es eso cierto?

Sí- contestó con voz temblorosa , evitando la mirada de ambos hombres. Su cuerpo temblaba presa de la angustia y el nerviosismo. “Maldita perra”, se decía una y otra vez mientras su mente recordaba la expresión de asco que puso la profesora cuando de improvisto abrió la puerta de la oficina y los descubrió besándose apasionadamente.

Ya veo - dijo el decano endureciendo todavía más su expresión – Ahora, señorita Herrera le pediré mucha sinceridad. De esto depende la decisión que tome, dígame ¿El beso fue de mutuo acuerdo o usted fue obligada por el profesor Prada? Por favor, no tenga miedo y diga la verdad.

Julián miró suplicante, como si con sus ojos quisiera decirle que pensara en el hijo que nacería, en la mujer que lo esperaba en casa. Como si le pidiera un pequeño gesto que salvara su pellejo.
Beatriz sabía perfectamente que de los dos, el que más perdía era él. No sólo porque sería despedido de esa universidad y toda la comunidad académica regional se enteraría del porqué, sino que también porque tendría que confesarle su error a su esposa y ésta no lo perdonaría.

Pero su corazón no la dejaba pensar con claridad, estaba envenado por la ira, el temor y la frustración. Tenía miedo de asumir su culpa, ser expulsada de la carrera y tener que comenzar todo de nuevo con el peso de la conciencia en sus hombros. No quería tener que decirle a sus papás que la habían echado por suelta, por maraca, por haberse metido con un profesor que le doblaba la edad.

Pero el miedo se hacía poco si pensaba en la rabia que sentía hacia ese hombre que no la amaba, a ese sujeto que sólo la había utilizado para eyacularla encima, para que se lo chupara como nunca podría haberlo hecho su esposa. La usó, nunca la quiso ni quiso quererla, sólo quería culearla bien culeada hasta que se aburriera.

La sensación de miedo-rabia se acrecentaba en ella y pese a que sabía que todos esperaban su respuesta, Beatriz no podía articular sonido alguno. Estaba angustiada, confundida, irritada, nerviosa y despechada. ¿Podría haber peor combinación?

El decano la miraba pensativo, como si su mutismo le estuviera revelando algo que ella no deseaba , como si de éste estuviera sacando pruebas para dictar su veredicto. Su respuesta era urgente y ella lo sabía, porque el silencio estaba otorgando.
De seguro, el calvo profesor estaba pensando que ella tenía miedo de hablar, ya que efectivamente Julián la había obligado, abusando de su poder sobre ella, violando la ética del docente.

Y algo dentro de sí le exigía que dijera la verdad. Que confesara que fue ella quiénlo besó. Que fue ella la que se acercó a él y le tomó la cara con fuerza, para luego abrirle la boca con su lengua desesperada. Sí, algo le pedía que fuera sincera, que olvidará el despecho y asumiera su responsabilidad.

Señorita Herrera ,- interrumpió el decano - por favor, responda...

La voz del viejo la colapsó, todo se volvió nebuloso y presa de la angustia, la confusión y la rabia, víctima de la locura de un mal amor, finalmente dijo: “me obligó”. La respuesta salió sola, se escapó de sus labios con determinación propia, como si en ese momento algo se hubiera posesionado de su cuerpo.

Julián vio con horror cómo las palabras de Beatriz le habían cavado la tumba y palideció. ¿Qué podía hacer? Nada, la pendeja lo había cagado bien cagado y éste no era más que el comienzo de sus desgracias. Bastaba con verle la cara de repugnancia y asco con la que lo miraba el decano para saber el desenlace de esta historia. “Perra”, pensaba Julián, mientras la recordaba gimiendo entre sus brazos, mientras la veía retorciéndose de placer bajo su cuerpo,“pendeja maraca, no sabes cuánto te odio”.

Eso es todo lo que quería saber, señorita Herrera - dijo el decano mirándola con compasión y lástima - Le aconsejo que se vaya a casa y se tome un par de días. Nosotros confiamos en su palabra y créame que este señor no volverá a poner un pie en esta facultad. No permitiremos que nuestros alumnos sean víctimas del abuso de nadie y menos de una persona sin moral como ésta. Vaya tranquila a casa.

Beatriz se levantó con las piernas temblando y lo miró. Estaba destrozado, arruinado, al borde de las lágrimas. La imagen le remeció la conciencia y arrepentida, sintió ganas de lanzarse a sus brazos, pedirle perdón y gritarle al decano que todo era mentira. Llenarlo de besos, decirle que durante todo este tiempo no había hecho más que amarlo. Quería echar un pie atrás y explicarle al viejo profesor que la culpable era ella y nadie más que ella.

Pero no dijo ni hizo nada. Salió casi corriendo, sin voltear y cuando ya estuvo lejos, bien lejos de la facultad, se detuvo a respirar. El aire frío comenzó a calmarla, a alejar la neblina. Quizás Julián se lo merecía por no haberla querido nunca, por amar a otra y aun así hacerle falsas ilusiones con esas sonrisas que le dedicaba,. Se lo merecía por haberla usado, por haberla tocado y luego decidir abandonarla. Por haberle sido infiel a su mujer y aun así haber engendrado un hijo con ella. Sí, quizás se lo merecía.

No había que jugar con el amor y menos con el que le daba una muchacha tan sensible como ella. No, con las personas no se juega. Beatriz comenzó a caminar, con lágrimas en los ojos, pero ya menos asustada y pensó en que había hecho bien. Alguien lo había castigado, alguien le había puesto fin a su maldita coquetería y ahora por fin podría olvidarse de él y de su mal amor: ya no tendría que verlo nunca más.

posted by Margarita Starr.
10:00 PM

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